...”Ven esta noche, amado; tengo el mundo
sobre mi corazón...La vida batalla...
Ven esta noche, amado tengo miedo de mi alma”...
(Alfonsina
Storni)
“La noche está en pañales” frase o
dicho popular que escuché cientos de veces y que implica, para la mayoría de
las personas que suelen emplearla, que la noche es “joven”, que es propicia
para algo. Por lo general está asociada a la idea de salir, de irse de copas,
de divertirse. Yo, por el contrario, suelo utilizarla para otro fin. Si bien,
para mí sigue manteniendo el significado de “noche joven” o “temprana” pero en
lugar de adherirla a la posibilidad de salir y festejar yo la prefiero para
otro uso. Un uso que me conduce hacia adentro, que me sumerge en mi galería
interior. Un uso privado, íntimo, profundo, desgarrado. Porque en ese momento
del día, cuando ya la luz se ausenta, donde me permito encontrarme conmigo
misma, donde me atrevo a ser yo sin mi forma pública, despojada de mis
disfraces y reveses que me propone la maldita rutina que me termina conduciendo
a un aceleramiento exacerbado del tiempo.
Entonces, en la conjugación de
sinceridad y palabra me atrevo a pensar en ÉL. Él que no tiene un nombre propio
sino más bien cientos. Él que parece llenar los recovecos vacíos de quienes
sienten la necesidad de ser saciados. Él
que promete ser la mitad de una unidad compuesta por dos partes y que de algún
modo desafía las leyes de la matemática y de todo su poder científico. Él, el
protagonista de cientos de versos escritos por los poetas más sensibles. Él, el
autor de la más célebre batalla: la guerra de Troya que no es más que una lucha
amorosa disparada hacia el infinito.
No pretende ser humilde, ni pasar
desapercibido ya que él siempre quiere ser protagonista, protagonista también
de muchas locuras. Es que en realidad se piensa que su talante y la locura van
de la mano. Yo, sin embargo, creo que sin
una pizca de racionalidad, él perdería la partida. ¿Y por qué digo
partida? Lo enuncio así debido a que él podría ser representado como un juego
de ajedrez. Practicamente lo podríamos reducir a una jugada, a un movimiento. Del
ajedrez se dice que es un deporte de estrategia, de guerra, de inteligencia. Él
claramente carga con todo eso y más mucho más.
Él y la noche constituyen la simbiosis
más perfecta, más necesaria, más profunda, más prolífera pero también más
melancólica y repulsiva. A mí, victoriosamente me ha tocado lidiar con los dos
últimos adjetivos. Aquellos que encierran cierta oscuridad. Entonces, si
hablamos de oscuridad no podemos dirigirnos más que a ella. Evidentemente
contienen (él y ella) un lazo íntimo que superficialmente parece delineado por
la coincidencia de funestos colores.