¿Quién no se ha encontrado, por
circunstancias de la vida, viajando en una transporte público un sábado a la
mañana temprano? Cursar una materia, trabajar de franquero, tener jornada
laboral de seis días en la semana o cualquier otro motivo, puede ponernos en
esa situación. Y cuando estamos en esa situación, nos podemos encontrar con
otra totalmente diferente, ajena: jóvenes volviendo a sus hogares después de
una noche larga, tan larga como para que se haya esclarecido con la luz del
sol.
Pero la particularidad de tal
escena surge cuando prestamos atención a los detalles. Vemos chicas que visten
diminutas polleras con cinco grados de temperatura. Llevan medias, obvio, ¡de
red! Así la cosa resulta menos rara. Ojo, igual, se ponen encima una remera súper
abrigada (musculosa) y un saco de hilo bien mullido para ¿paliar? el frío. Yo,
hundida en el asiento del tren, encapuchada y enfundada en el saco más abrigado
no puedo entender (o dejar de envidiar) esa capacidad de la juventud que se
libera de noche al punto de ser indemne a las sensaciones térmicas.
También sucede con los chicos:
jean y camisa a cuadros. Si hay sweater, está apoyado en los hombros o cuelga de
alguna de sus manos. Ni hablar de los
que salen en bermudas y zapatillas. O de los jugadores nocturnos de fútbol, que
terminan de jugar y el short les queda puesto todo el camino de regreso a casa
sin mediar el calor corporal de la actividad física porque ya transcurrieron
tres horas de tercer tiempo con cerveza y amigos.
Además de a-sensaciones térmicas, pasan otras
cosas en la noche. Los jóvenes se apropian del espacio público, o hacen del
espacio privado algo semipúblico. Hall de edificios, zaguanes de casas,
maseteros y cordones se convierten en lugares para compartir un trago, una
pitada, conversaciones audaces y secretos nunca develados.
La noche invita a la
transgresión. Los ámbitos se mezclan, las personas se entrecruzan, las máscaras
unifican. Bajo la oscuridad socializadora, las diferencias se borran y la
diversidad pasa inadvertida. Así, podemos mirar hacia los costados y descubrir
a personajes de la “vida al sol” en situaciones tan inimaginables que se convierten en inenarrables bajo la
protección de la luna.
La carta de presentación de la
noche es una invitación a lo que escapa de lo real, de lo que vivimos como
realidad cuando el sol ilumina. Tzvetan Todorov, en su estudio Introducción a la Literatura Fantástica, diferencia tres categorías dentro de la
ficción no realista: lo maravilloso, lo insólito y lo fantástico. Cada uno de
estos géneros se basa en la forma de explicar los elementos sobrenaturales que caracterizan su narración. Si el fenómeno
sobrenatural se explica racionalmente al final del relato, estamos en el género
de lo insólito. Por otro lado, si el fenómeno natural permanece sin explicación
cuando se acaba el cuento, entonces nos encontramos frente a lo maravilloso.
Para Todorov, el género fantástico se encuentra entre lo insólito y lo
maravilloso, y sólo se mantiene el efecto fantástico mientras el lector duda
entre una explicación racional y una explicación irracional. Según él, lo
fantástico no ocupa más que “el tiempo de la incertidumbre”, hasta que el
lector opte por una solución u otra.
La noche es literatura
fantástica. Las cosas que transcurren en su devenir nos inundan de efectos
fantásticos, nos hacen dudar de la explicación racional de las cosas humanas
que suceden durante el día.
En un fragmento del cuento “Falta
de Vocación” de Antonio Di Benedetto podemos leer: De noche, la sombra de los árboles es de las parejas. En la mañana,
cuando los árboles han recogido su sombra encubridora, en mi vereda encuentro
una pareja todavía entrelazada. Con discreción, para advertirles que ahora
serán vistos por todos, toco el hombro de él. Caen los dos al suelo y no se
mueven. Mientras busco un teléfono para llamar a la policía, me pregunto
ansiosamente si ha sido un suicidio de amor o si soy yo quien los ha matado.
Y así como la noche nos invita a lo fantástico, el día nos
devuelve al intento racional de explicarla: La
noche es una ruptura en la trama de la realidad cotidiana narrada por el día. ¡Insólito!
fantástico!
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