“La masa es una matriz de la que actualmente surte, como vuelto a
nacer, todo comportamiento consabido frente a las obras artísticas. La cantidad
se ha convertido en calidad: el crecimiento masivo del número de participantes
ha modificado la índole de su participación”.
Walter Benjamin, “La
obra de arte e la época de su reproductibilidad técnica”
En la actualidad, asistimos a un
cambio en la lógica exhibitoria de las obras de arte en la gran mayoría de los
museos que existen en el mundo. El valor de las colecciones permanentes ha
decaído, el ambiente cuidado celosamente se ha reconvertido, la luz focal se
cambió por una luminosidad generalizada, el silencio ya no es una condición
necesaria para percibir la obra de arte.
Es interesante pensar a qué
responden esta serie de cambios. Siempre se ha asociado al ambiente artístico
con un público erudito y selectivo, generalmente escaso en cantidad. Pero el
museo contemporáneo, para no quedar obsoleto, se ha tenido que ajustar a una
sociedad diferente: una sociedad de consumo.
La experiencia de recorrer el Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina se puede describir con las siguientes características: entramos a un ambiente oscuro, con luces focales sobre las obras de arte, el silencio es respetado por todos y cerca de cada cuadro o escultura vemos la presencia de un guardia de seguridad. Hay bancos frente a algunas obras, que permiten observar detenidamente el cuadro con una posición más cómoda.
Esta experiencia es casi
imposible en museos como el Británico en Londres. Pensar en bancos en las salas
para sentarse y observar tranquilamente las obras es una quimera. Y esta
diferencia es una de las tantas, producto del cambio que el museo realizó en
pos de captar al público consumista. Los pasillos son amplios, llenos de luz,
el silencio no existe; se ha quitado la solemnidad del ambiente. La obra de
arte puede ser percibida por familias enteras, con niños chiquitos, que
recorren los pasillos de la mano y conversando. Y por supuesto, una vez
finalizado el circuito, pueden pasar por los grandes comercios que venden la
reproducción de la obra preferida en láminas o bolsos o tazas o miniaturas; en
lo que el público quiera consumir. La oferta de la obra de arte se amplía: la
viste en original y la podés ver todos los días cuando abrís la heladera en un
imán que compraste en el shop.
También se percibe esta lógica en
la presentación de las obras que el museo tiene y en la continua renovación de
la oferta que se hace con las exposiciones temporales. El museo del Louvre, en
París, ofrece al entrar, un plano en el cuál se marcan las obras más
reconocidas y populares que tiene. Según dicen los expertos en arte, se
necesitan por lo menos cinco días para recorrer bien este museo, pero con el
mapa podemos ubicar rápidamente a La
Gioconda, a la Victoria de Samotracia,
la Venus del Milo, el Escriba sentado, La libertad guiando al pueblo, Las
bodas de Caná y La virgen, el niño
Jesús y Santa Ana. Con este punteo de obras, podemos recorrer rápidamente
el museo y salir contentos por haber consumido las obras más relevantes que
posee.
Con las exposiciones temporales
se intenta que, aquellos que pueden volver, vuelvan. Se renueva la oferta
continuamente para tener nuevo público y para que el viejo retorne. Y todo esto
se transmite a través de los medios de comunicación masivos, del clásico
folleto que se reparte en mano, de suscripciones web para ser notificado vía
mail y por los carteles que invaden las antes pulcras fachadas de la
Institución Museo.
Pero, toda esta adecuación del
arte a la lógica del consumo, si bien abre y hace masiva la experiencia
museística, también genera una manera diferente de percibirla. El acercamiento
masivo de los espectadores a la obra de arte ya no se percibe como una
experiencia única y destacada. El público vive la experiencia como una
instantánea. Los recorridos por los grandes museos se hacen como una rutina,
una exigencia de la visita, pero sin el tiempo (o el interés) suficiente como
para contemplar la pintura o escultura. El consumo de la obra pasa más por el
souvenir que por el original.
El museo ha dejado de ser un
guardián de tesoros del pasado, elitista y cerrado, para convertirse en un ambiente abierto al
público masivo; pero en esta apertura ha debido adecuarse a la lógica
consumista y del espectáculo de la sociedad de consumo. Queda pendiente poder
evaluar la calidad de la experiencia del público frente a la obra de arte bajo
la mirada de esta lógica.
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