FaRsa AlaLma
sábado, 5 de octubre de 2013
martes, 28 de mayo de 2013
Jane Austen: lo profundo en la superficie
La Literatura se caracteriza por ser un ámbito
bastante copado de prejuicios. No sólo desde la crítica, sino también por parte
de los lectores. Jane Austen ha sido considerada una escritora de novelas
“rosa” y una casamentera empedernida. Pero catalogarla en este tipo de
narrativa no permite acceder a la verdadera riqueza de su obra.
Si bien el género sentimental es la base de sus
historias, quedarse en ese aspecto es caer en lo anecdótico. El matrimonio fue
el centro de las novelas de Austen; sus heroínas se desenvuelven en el rígido
ámbito rural inglés de fines del siglo XVIII y principio del XIX donde sus
perspectivas se desarrollan en torno a la unión con un hombre. Todo gira en
torno a la posibilidad del casamiento. Pero detrás de las historias de sus
protagonistas, Austen devela la realidad de la época: la unión con un hombre se
convierte en el horizonte de posibilidades de la existencia femenina. Es la única
opción de cambio y de ascenso o movilidad social para la mujer. De esta manera,
no resulta tan paradójico que la casamentera máxima de las letras inglesas haya
permanecido soltera hasta su muerte: en su obra desnuda la realidad del
matrimonio como pacto social donde se activan jerarquías, respetos y
obediencias.
Por otro lado, la escritura de Austen ha sido
caracterizada como demasiado descriptiva y lenta en el desarrollo de las
acciones. En realidad, esto es producto del agudo poder de observación de la
autora que se manifiesta en lo descriptivo. Lejos de convertirse en un relato
superficial y lleno de detalles superfluos, la narrativa de Austen logra un
grado extremo de verosimilitud, con una ausencia de premura que acelere
indebidamente la acción, y con un grado muy alto de agudeza psicológica apoyada
en el retardo de la acción en beneficio de la profundidad descriptiva.
De esta forma, la autora maneja emociones mucho más
profundas de las que parecen aparecer en la superficie. Como dice Virginia
Woolf: “Lo que ofrece es, aparentemente, una nimiedad; no obstante está
compuesto de algo que se expande en la mente del lector y dota de las formas
más duraderas de la vida a escenas exteriormente triviales. El énfasis está
siempre puesto sobre el carácter”. A través de las agudas descripciones de la
vida realiza una discriminación de valores humanos.
El prejuicio es uno de los elementos adversos para sus heroínas y ella se burla de
los prejuicios de la época. El gran blanco de ataque de la narrativa de Austen
en términos concretos es el prejuicio. Y esa crítica llega a través de la
sátira y la ironía, tan precisas a veces, que se nos escapan. Austen no teoriza
sobre la naturaleza del prejuicio, sino que lo pone en acto; y en esa puesta tan
equilibrada de sus dotes narrativos la proporción exacta le gana a la
estridencia.
Como lectores de Jane Austen es un orgullo vencer al prejuicio que recae sobre su obra. Es cuestión de sensatez, más que de sentimiento, poder vislumbrar la
importancia de su narrativa. La persuasión
se logra sólo con leerla.
martes, 30 de octubre de 2012
Los Más Más
En 1997
salió al aire un programa de televisión que se llamaba “Los Más Más”. La señal que lo emitía era el viejo Canal 9 de
Alejandro Romay e iba de lunes a viernes de 17:30 a 18hs (luego su horario fue
ampliado a una hora). Para quienes no lo saben, el programa consistía,
básicamente, en un grupo de adolescentes que interpretaban las canciones del
momento. Pero no las cantaban en serio, sino que hacían playback mientras
bailaban coreografías poco elaboradas. El nombre de la emisión hacía referencia
a los temas “más escuchados”.
En la
actualidad asistimos al furor de los más
más. Sí, el programa salió del aire en 1998, pero la lógica más está vigente como nunca.
Como dice
Beatriz Sarlo en El lugar del arte, “el
mercado introduce criterios cuantitativos de valoración que contradicen con
frecuencia el arbitraje estético de los críticos y las opiniones de los
artistas”. Hoy por hoy, lo más valorado es lo masivo, lo comercial.
Si se vende,
es bueno; si se consume, tiene valor. No es casual que en las casas de música
se haga un ranking con los discos más vendidos o que en las radios se mida el share
y en los programas de televisión el rating.
En otro
fragmento de su ensayo, Sarlo señala que “en el mercado se hacen oír las voces
que no tienen autoridad para hablar en la sociedad de los artistas: el público,
cuyo saber es inespecífico, vale allí tanto como quienes poseen saberes
específicos”. Pero no hay que suponer un consumo idealizado de los productos
culturales: el mercado no es un nuevo paradigma de libertades múltiples en las
cuales los consumidores eligen sin mediaciones.
Cuando vamos
a una librería los libros más exhibidos son los best-seller, y ser best-seller
es sinónimo de calidad. ¿Quién no ha escuchado la frase “este libro debe ser bueno,
lo leyó todo el mundo”? Lo mismo sucede con los premios de las editoriales o
los grupos de medios: novela que gana el premio Clarín, La Nación o Planeta,
son dignas de leerse. Géneros y
temáticas son impuestos como una línea editorial con valor masivo-comercial: el
furor de las novelas históricas no puede ser visto simplemente como una libre
elección del autor; claramente, hay toda una lógica que se acomoda al mercado y
que produce sus propios consumidores que, lejos de ser libres, acceden al juego
de la masividad y lo aceptan.
Hasta los
mismos suplementos culturales de los diarios más masivos del país,
supuestamente escritos por críticos y especialistas, ranquean a los más
vendidos y aprovechan a filtrar en la lista a la última novela de la editorial
del grupo. Porque además, sólo son novelas, nada de cuentos, ni poesías. Parece
que asistimos a una suerte de extinción de poetas y cuentistas con talento.
Lo más
vendidos, los más escuchados, los más vistos: es la lógica de los Más Más. Casualmente, el programa
televisivo de Canal 9 fue promocionado como una “adaptación nacional” del
programa inglés Top of the Pops, que
fue emitido a mediados de los 60 por la cadena BBC y que abandonó el aire en
2006. Pero la adaptación era muy lejana: en el ciclo inglés los que hacían
playback eran los intérpretes originales y sólo en ocasiones aisladas (cuando
el tema no estaba tan bien ranqueado), un grupo de bailarines interpretaba la
canción.
"Los Más Más" reproducían canciones originales interpretadas por bailarines que hacían playback; una suerte de simulación en la cual se cumplían diferentes papeles para que el programa funcione. Es la misma simulación y adaptación que el mercado disfraza de múltiples libertades.
viernes, 19 de octubre de 2012
Activiando nuevos estereotipos femeninos
Más de uno debe tener en su memoria el recuerdo de
aquellas viejas yogurteras domésticas en las cuales nuestros padres hacían ese
rico alimento denominado yogur. Yo, por lo menos, recuerdo la máquina celeste y
blanca en la cual mi mamá ponía leche y otros ingredientes para conseguir,
luego de un par de horas, esos lácteos deliciosos. Hoy, este tipo de aparatos,
todavía existen. Marcas como Moulinex,
Brown y Ultracom ofrecen estos productos en las casas de electrodomésticos.
Lo que se obtiene de estas máquinas es algo tan
simple como el resultado de la fermentación bacteriana de la leche. Pero, el
auge de los alimentos funcionales que se adaptan tan bien a la lógica
marketinera del mercado, ha dejado atrás cualquier competencia que haya podido
existir entre el producto casero y los industrializados.
¿Cómo competir con el Activia que tiene la combinación Acti Regularis que consta de un fermento exclusivo y específico de La
Serenísima (el Bifidobacterium DN-173010) y una fibra
alimentaria? No se puede competir. Lo que este yogur tiene, no lo tiene
ninguno.
No sólo posee la exclusividad de su fermento, sino
la de ser la solución al nuevo problema femenino: la constipación. Si se creía
que las mujeres tenían problemas exclusivos que se agotaban en la depilación,
los dolores menstruales, la celulitis, las arrugas, las estrías y los
kilogramos de más, se estaba equivocado. Ha salido a la luz la nueva dificultad
que azota la feminidad posmoderna: el tránsito lento.
El yogur Activia
se identifica con el color violeta: el color de la ciruela, fruta
históricamente identificada con el buen funcionamiento intestinal. Viene en
varias presentaciones: potes individuales, botellitas bebibles y sachet; pero
la diversidad del envase no cambia el contenido milagroso.
Georgina Barbarossa viene a ser la portadora del milagro:
es la que difunde y predica los beneficios del producto. “Activia te ayuda a liberarte”, dice en las publicidades. Te libera
del malhumor, la hinchazón, la incomodidad, la pesadez. Pero no libera a
cualquiera; las mujeres que reciben el mensaje liberador de Georgina son: una
mujer en la peluquería, una cajera de supermercado, una moza de un bar. También
hace una analogía de los efectos del yogur con el proceso que hace la mujer al
hacer las compras, cocinar y sacar la basura. Las que ya comprobaron los
beneficios del producto se acercan a contarle: una mujer que la encuentra en un
kiosco de revistas y otras dos que, mientras compran ropa, le cuentan que ya no
usan la cartera para taparse la panza. Paradójicamente, un problema tan contemporáneo afecta a mujeres
representadas por estereotipos que no encarnan la realidad actual y ayuda a
fijar una imagen obsoleta del papel de la mujer en la sociedad.
El yogur Activia
te libera de lo que a partir de él parece ser un mal exclusivamente femenino,
un mal que no estaba visibilizado. El producto soluciona el problema que las
mujeres tienen con el tránsito lento y hace visible la situación escatológica
femenina: la mujer pierde hasta su condición de intimidad, invisibilidad y
privacidad en esta cuestión.
jueves, 4 de octubre de 2012
Museos: ¿Experiencia única o masiva?
“La masa es una matriz de la que actualmente surte, como vuelto a
nacer, todo comportamiento consabido frente a las obras artísticas. La cantidad
se ha convertido en calidad: el crecimiento masivo del número de participantes
ha modificado la índole de su participación”.
Walter Benjamin, “La
obra de arte e la época de su reproductibilidad técnica”
En la actualidad, asistimos a un
cambio en la lógica exhibitoria de las obras de arte en la gran mayoría de los
museos que existen en el mundo. El valor de las colecciones permanentes ha
decaído, el ambiente cuidado celosamente se ha reconvertido, la luz focal se
cambió por una luminosidad generalizada, el silencio ya no es una condición
necesaria para percibir la obra de arte.
Es interesante pensar a qué
responden esta serie de cambios. Siempre se ha asociado al ambiente artístico
con un público erudito y selectivo, generalmente escaso en cantidad. Pero el
museo contemporáneo, para no quedar obsoleto, se ha tenido que ajustar a una
sociedad diferente: una sociedad de consumo.
La experiencia de recorrer el Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina se puede describir con las siguientes características: entramos a un ambiente oscuro, con luces focales sobre las obras de arte, el silencio es respetado por todos y cerca de cada cuadro o escultura vemos la presencia de un guardia de seguridad. Hay bancos frente a algunas obras, que permiten observar detenidamente el cuadro con una posición más cómoda.
Esta experiencia es casi
imposible en museos como el Británico en Londres. Pensar en bancos en las salas
para sentarse y observar tranquilamente las obras es una quimera. Y esta
diferencia es una de las tantas, producto del cambio que el museo realizó en
pos de captar al público consumista. Los pasillos son amplios, llenos de luz,
el silencio no existe; se ha quitado la solemnidad del ambiente. La obra de
arte puede ser percibida por familias enteras, con niños chiquitos, que
recorren los pasillos de la mano y conversando. Y por supuesto, una vez
finalizado el circuito, pueden pasar por los grandes comercios que venden la
reproducción de la obra preferida en láminas o bolsos o tazas o miniaturas; en
lo que el público quiera consumir. La oferta de la obra de arte se amplía: la
viste en original y la podés ver todos los días cuando abrís la heladera en un
imán que compraste en el shop.
También se percibe esta lógica en
la presentación de las obras que el museo tiene y en la continua renovación de
la oferta que se hace con las exposiciones temporales. El museo del Louvre, en
París, ofrece al entrar, un plano en el cuál se marcan las obras más
reconocidas y populares que tiene. Según dicen los expertos en arte, se
necesitan por lo menos cinco días para recorrer bien este museo, pero con el
mapa podemos ubicar rápidamente a La
Gioconda, a la Victoria de Samotracia,
la Venus del Milo, el Escriba sentado, La libertad guiando al pueblo, Las
bodas de Caná y La virgen, el niño
Jesús y Santa Ana. Con este punteo de obras, podemos recorrer rápidamente
el museo y salir contentos por haber consumido las obras más relevantes que
posee.
Con las exposiciones temporales
se intenta que, aquellos que pueden volver, vuelvan. Se renueva la oferta
continuamente para tener nuevo público y para que el viejo retorne. Y todo esto
se transmite a través de los medios de comunicación masivos, del clásico
folleto que se reparte en mano, de suscripciones web para ser notificado vía
mail y por los carteles que invaden las antes pulcras fachadas de la
Institución Museo.
Pero, toda esta adecuación del
arte a la lógica del consumo, si bien abre y hace masiva la experiencia
museística, también genera una manera diferente de percibirla. El acercamiento
masivo de los espectadores a la obra de arte ya no se percibe como una
experiencia única y destacada. El público vive la experiencia como una
instantánea. Los recorridos por los grandes museos se hacen como una rutina,
una exigencia de la visita, pero sin el tiempo (o el interés) suficiente como
para contemplar la pintura o escultura. El consumo de la obra pasa más por el
souvenir que por el original.
El museo ha dejado de ser un
guardián de tesoros del pasado, elitista y cerrado, para convertirse en un ambiente abierto al
público masivo; pero en esta apertura ha debido adecuarse a la lógica
consumista y del espectáculo de la sociedad de consumo. Queda pendiente poder
evaluar la calidad de la experiencia del público frente a la obra de arte bajo
la mirada de esta lógica.
viernes, 28 de septiembre de 2012
Simbiosis oscura (Por Mariana P.)
...”Ven esta noche, amado; tengo el mundo
sobre mi corazón...La vida batalla...
Ven esta noche, amado tengo miedo de mi alma”...
(Alfonsina
Storni)
“La noche está en pañales” frase o
dicho popular que escuché cientos de veces y que implica, para la mayoría de
las personas que suelen emplearla, que la noche es “joven”, que es propicia
para algo. Por lo general está asociada a la idea de salir, de irse de copas,
de divertirse. Yo, por el contrario, suelo utilizarla para otro fin. Si bien,
para mí sigue manteniendo el significado de “noche joven” o “temprana” pero en
lugar de adherirla a la posibilidad de salir y festejar yo la prefiero para
otro uso. Un uso que me conduce hacia adentro, que me sumerge en mi galería
interior. Un uso privado, íntimo, profundo, desgarrado. Porque en ese momento
del día, cuando ya la luz se ausenta, donde me permito encontrarme conmigo
misma, donde me atrevo a ser yo sin mi forma pública, despojada de mis
disfraces y reveses que me propone la maldita rutina que me termina conduciendo
a un aceleramiento exacerbado del tiempo.
Entonces, en la conjugación de
sinceridad y palabra me atrevo a pensar en ÉL. Él que no tiene un nombre propio
sino más bien cientos. Él que parece llenar los recovecos vacíos de quienes
sienten la necesidad de ser saciados. Él
que promete ser la mitad de una unidad compuesta por dos partes y que de algún
modo desafía las leyes de la matemática y de todo su poder científico. Él, el
protagonista de cientos de versos escritos por los poetas más sensibles. Él, el
autor de la más célebre batalla: la guerra de Troya que no es más que una lucha
amorosa disparada hacia el infinito.
No pretende ser humilde, ni pasar
desapercibido ya que él siempre quiere ser protagonista, protagonista también
de muchas locuras. Es que en realidad se piensa que su talante y la locura van
de la mano. Yo, sin embargo, creo que sin
una pizca de racionalidad, él perdería la partida. ¿Y por qué digo
partida? Lo enuncio así debido a que él podría ser representado como un juego
de ajedrez. Practicamente lo podríamos reducir a una jugada, a un movimiento. Del
ajedrez se dice que es un deporte de estrategia, de guerra, de inteligencia. Él
claramente carga con todo eso y más mucho más.
Él y la noche constituyen la simbiosis
más perfecta, más necesaria, más profunda, más prolífera pero también más
melancólica y repulsiva. A mí, victoriosamente me ha tocado lidiar con los dos
últimos adjetivos. Aquellos que encierran cierta oscuridad. Entonces, si
hablamos de oscuridad no podemos dirigirnos más que a ella. Evidentemente
contienen (él y ella) un lazo íntimo que superficialmente parece delineado por
la coincidencia de funestos colores.
martes, 25 de septiembre de 2012
La noche, ese fantástico transcurrir
¿Quién no se ha encontrado, por
circunstancias de la vida, viajando en una transporte público un sábado a la
mañana temprano? Cursar una materia, trabajar de franquero, tener jornada
laboral de seis días en la semana o cualquier otro motivo, puede ponernos en
esa situación. Y cuando estamos en esa situación, nos podemos encontrar con
otra totalmente diferente, ajena: jóvenes volviendo a sus hogares después de
una noche larga, tan larga como para que se haya esclarecido con la luz del
sol.
Pero la particularidad de tal
escena surge cuando prestamos atención a los detalles. Vemos chicas que visten
diminutas polleras con cinco grados de temperatura. Llevan medias, obvio, ¡de
red! Así la cosa resulta menos rara. Ojo, igual, se ponen encima una remera súper
abrigada (musculosa) y un saco de hilo bien mullido para ¿paliar? el frío. Yo,
hundida en el asiento del tren, encapuchada y enfundada en el saco más abrigado
no puedo entender (o dejar de envidiar) esa capacidad de la juventud que se
libera de noche al punto de ser indemne a las sensaciones térmicas.
También sucede con los chicos:
jean y camisa a cuadros. Si hay sweater, está apoyado en los hombros o cuelga de
alguna de sus manos. Ni hablar de los
que salen en bermudas y zapatillas. O de los jugadores nocturnos de fútbol, que
terminan de jugar y el short les queda puesto todo el camino de regreso a casa
sin mediar el calor corporal de la actividad física porque ya transcurrieron
tres horas de tercer tiempo con cerveza y amigos.
Además de a-sensaciones térmicas, pasan otras
cosas en la noche. Los jóvenes se apropian del espacio público, o hacen del
espacio privado algo semipúblico. Hall de edificios, zaguanes de casas,
maseteros y cordones se convierten en lugares para compartir un trago, una
pitada, conversaciones audaces y secretos nunca develados.
La noche invita a la
transgresión. Los ámbitos se mezclan, las personas se entrecruzan, las máscaras
unifican. Bajo la oscuridad socializadora, las diferencias se borran y la
diversidad pasa inadvertida. Así, podemos mirar hacia los costados y descubrir
a personajes de la “vida al sol” en situaciones tan inimaginables que se convierten en inenarrables bajo la
protección de la luna.
La carta de presentación de la
noche es una invitación a lo que escapa de lo real, de lo que vivimos como
realidad cuando el sol ilumina. Tzvetan Todorov, en su estudio Introducción a la Literatura Fantástica, diferencia tres categorías dentro de la
ficción no realista: lo maravilloso, lo insólito y lo fantástico. Cada uno de
estos géneros se basa en la forma de explicar los elementos sobrenaturales que caracterizan su narración. Si el fenómeno
sobrenatural se explica racionalmente al final del relato, estamos en el género
de lo insólito. Por otro lado, si el fenómeno natural permanece sin explicación
cuando se acaba el cuento, entonces nos encontramos frente a lo maravilloso.
Para Todorov, el género fantástico se encuentra entre lo insólito y lo
maravilloso, y sólo se mantiene el efecto fantástico mientras el lector duda
entre una explicación racional y una explicación irracional. Según él, lo
fantástico no ocupa más que “el tiempo de la incertidumbre”, hasta que el
lector opte por una solución u otra.
La noche es literatura
fantástica. Las cosas que transcurren en su devenir nos inundan de efectos
fantásticos, nos hacen dudar de la explicación racional de las cosas humanas
que suceden durante el día.
En un fragmento del cuento “Falta
de Vocación” de Antonio Di Benedetto podemos leer: De noche, la sombra de los árboles es de las parejas. En la mañana,
cuando los árboles han recogido su sombra encubridora, en mi vereda encuentro
una pareja todavía entrelazada. Con discreción, para advertirles que ahora
serán vistos por todos, toco el hombro de él. Caen los dos al suelo y no se
mueven. Mientras busco un teléfono para llamar a la policía, me pregunto
ansiosamente si ha sido un suicidio de amor o si soy yo quien los ha matado.
Y así como la noche nos invita a lo fantástico, el día nos
devuelve al intento racional de explicarla: La
noche es una ruptura en la trama de la realidad cotidiana narrada por el día. ¡Insólito!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)